LA DANZA

LA DANZA
TEXTO: SONIA FRANCO.
FOTOGRAFÍA: ALEJANDRA PÉREZ ALVA.

I. Como ritual

Alzamos los brazos para acercarnos al sol, brincábamos de alegría, llevábamos horas así y no sentía el cansancio en las piernas, giraba sobre mí mismo, llevando el ritmo de la danza, viendo alternativamente el cielo y la tierra. Juntos.

Llamamos a la lluvia y ésta escuchó y cayó, parecía que volábamos, nuestros pies eran ligeros y nos transportaban a un lugar de eterno verdor y frescura. Llamamos al guía para el que acababa de morir y lloramos, gritamos, sacudimos al mundo en busca de respuesta y esta llegó. Llamamos a la bestia, clamamos al fuego, marcamos los rostros con ceniza y conjuramos el poder. Llegó una guerra, llegó una victoria y múltiples alegrías.Siempre con la danza que hacía cimbrar al mundo, siempre con los pies golpeando el suelo y el espíritu atento a todo lo que se manifestaba.

Muchas veces mi pecho entregaba su respiración, sabía que caería sin duda, pues el cansancio agarrotaba mis músculos y mis sentidos se alteraban. Mi cuerpo sólo podía seguir el impulso de los otros cuerpos. Y en ese momento sucedía siempre que percibía entre nosotros algo extraño que se movía...

figuras de luz, más ágiles que nosotros bailaban también, se alargaban, saltaban por los aires desprendiéndose rebeldes, corrían a nuestro alrededor, daban giros increíbles y me susurraban palabras antiguas y salvajes. Sabía entonces que los seres de luz habían venido al llamado o ¿es que siempre estuvieron ahí y solo podíamos verlos bailando?


II. Alegre fiesta de folklór

Al escuchar el compás marcado, se arrancan las faldas en un festejo multicolor: oleaje de telas amarillas, naranjas, azules que plisan el viento con giros caprichosos de la muñeca. Alcanzo a fijar en mi memoria imágenes poderosas: un listón azul océano, vetea el azabache nocturno de una trenza; flores blancas, flores rojas, tocados, permufes y joyas doradas agitandose al ritmo de la música; un tobillo desnudo que golpea la tabla con gracia y poder.

Y como un faro luminoso en el puerto de lo humano: los ojos de las que bailan, brillando hermosos y siempre cálidos; con ese fulgor extraño que denuncia emociones puras: gozo, entrega del cuerpo al sitio alegre de la música. Se manifiesta un mundo íntimo, intocado... ¿qué pensarán las que bailan cuando posan sus ojos en el horizonte?

El baile es un mestizaje de voces, de ritmos y estilos. Cada pueblo construye su diversión, o tiene sus predilecciones y frente a la herencia que recibe, ejerce su identidad transformando así el mundo: eterno ciclo de evolución humana.

Pasos, giros, ágiles saltos y torsiones, las miradas amables, orgullosas, coquetas o dominantes, los gritos y sonrisas francas, las texturas sonoras de los golpes en la tarima, todo ello conforma un lenguaje perfectamente articulado pero misterioso, sólo el espíritu es capaz de descifrarlo, la razón apenas se involucra, el vientre recibe las vibraciones y sentimos el poder de la vida que es impulso, energía y creación.

Conectados con el ritmo de la tierra, con la repetición eterna de los ciclos, los bailarínes comprenden el espectro creativo de lo humano, la franja de su dominio en medio de la tierra y el cielo: como el pájaro que vuela, el hombre canta, baila y versa.


III. Sobre la tabla del fandango

Sus miradas se encontraron: ella bailaba, él observaba sus movimientos. Con orgulloso perfil trataba de ignorar el reto que aquel joven lanzaba con su mirada, no sin sonreír coquetamente sabiendo que la veían. Él no dejaba lugar a dudas, su actitud era la de un conquistador, siempre adelante. Al fin, llegó su oportunidad para él y casi saltó a la tarima ocupando el lugar de otro.

El tiempo de los versos hacía que el primer acercamiento fuera suave y cadencioso. Buscaba acercarse a ella, lo más que podía, era alto y ágil y si hubiera querido le robaba un beso apasionado y echaba a correr pero eso habría sido de cobardes o niños; quería verla de cerca, provocarla de algún modo con su presencia, arrancarle un desdén o una sonrisa, pero ella se mantenía firme y orgullosa aceptando el reto de la cercanía, no la intimidaba este hombre y en su seguridad su baile adquiría una majestad asombrosa, escuchaban sus respiraciones.

Entró la parte instrumental y comenzaron a zapatear, él ya no la miraba, sus ojos se perdían en el horizonte, la fuerza que imprimía en el zapateado era algo salvaje, toques precisos y sonoros, de una velocidad ardiente, de pronto hizo un paso extraño llevando su pie hacia atrás mientras sus ojos se mantenían impasibles y seguros hacia un punto cercano al rostro de la joven, quien miraba esos ojos sintiendo un asombro extraordina. Y sonrió. Él también.

Volvieron a cantar los músicos y acompañados de los versos se acercaban con desición y soltura. De pronto, la joven sintió en el hombro el toque ligero de otra mano: señal de que alguna otra quería bailar en su lugar. Una ráfaga de frustración cruzó sus ojos. Ruborizada pero conservando la dignidad de su mirada, la hermosa bailarina apartó los ojos del jóven y bajó de la tarima como si ese hombre no le importara en absoluto.

Él la miraba irse casi a punto de clamar su regreso pero mirando a la nueva jóven retomó su ataque furioso y elegante sobre la tabla....

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